jueves, febrero 23, 2006

Y TÚ, ¿DE QUÉ TIEMPO ERES?





Odio la expresión “es una chica de su tiempo” o “es un hombre de su tiempo” o chorradas de ésas (nota: se emplea mucho con miembros de la realeza postiza, tipo leti o mettemari). A ver, de qué tiempo va a ser alguien sino del que le toca vivir. Digo yo. Bueno, el caso es que si estás divorciada, o no vistes como la señorita rottermeier, o tienes un trabajo , ya eres de tu tiempo. Yo era muy de mi tiempo hasta la semana pasada, no porque cayera en un agujero espacio temporal, sino porque ya no puedo ir en bici (que es algo muy antiguo pero que vuelve a estar de moda). Ya no voy en bici por dos motivos de peso: El primero es que ayer la pereza me aconsejó atar la bici a una farola de mi barrio obrero para ahorrarme los tres pisos a pie hasta mi casa, y se la llaveron a golpe de alicate en un decir “la madre que te parió”. El segundo va supeditado al primero (o al menos, a la decisión de comparme una nueva bici): tengo mucho miedo a caerme y partirme la crisma, y la verdad, no me decido a ponerme uno de esos cascos de ciclista taaaaaaaaaaaaan feos (uff, qué superficial me ha quedado, pero es que son muy antiestéticos. Y con la suerte que tengo, seguro que me encuentro a Leo el día que me lo pongo).
Ahora que lo pienso, tampoco en el aspecto tecnológico soy “muy de mi tiempo”: mi móvil pesa más que el set de maquillaje de Belén Esteban y mi ordenador fue bautizado hace poco por mi amiga Marta como El Abuelo.
Pero qué narices, tengo un blog. Eso es muy de este tiempo, ¿no?

martes, febrero 14, 2006

EL DISCRETO ESPANTO DE LA MODERNIDAD

Cuando algo es moderno de verdad, (creo yo, humildemente), significa que aún no está instaurado, que va por delante de lo convencional. Así que la verdadera modernidad es espantosa, ya que va avanzada al gusto común y mayoritario, con lo que el imaginario individual y colectivo aún no ha podido asimilarla.
Luego está la modernidad ésa de pote; una burda copia de recortes de prensa internacional, un collage de actitudes, poses, aforismos y tendencias cuyo resultado final suele materializarse en el siguiente perfil (que, para que negarlo, en el caso masculino no me deja nada indiferente): hombre, 28-35 años, patillas y pelo encrespado (o cabeza rapada al cero), zapatillas deportivas japonesas, superposición de mangas cortas-largas y de tejidos camisa-algodón; gafas de pasta o de montura flotante, alguna excentricidad menor como la uña del dedo meñique pintada de negro o una leve ralla de lápiz de ojos en el lagrimal; música tecno fluyendo con delicadeza de los altavoces del mac, consignas pop en el corcho de la pared de su estudio, flyers de discotecas cool, palabras como ésas precisamente, cool, o flyer, o trendy-setter, o staff en su vocabulario. Si es mujer, la moderna de pote suele vestir de negro y dorado, con un collar-rosario o de piedras grandes y pesadas (y por extensión, incómodo), falda corta y de vuelo, botas atrevidas y feas (porque los ochenta, no nos engañemos, han causado un daño que la tendencia actual pretende a todas luces volver a infligir), pelo negro azabache, asimétrico, de flequillo mini o desfilado, ojos ahumados, rasgos envidiables, voz profunda; una vespa primavera, un maxibolso de piel negra, mitones sin dedo en invierno, brazaletes de oro viejo en verano.
El problema viene cuando me doy cuenta de que ofrezco yo misma conatos de falsa modernidad en mi manera de ser y de parecer. Paradojas del nuevo milenio. Mi nombre mismo, Mila, rara vez es cuestionado, (aunque a menudo sí mal escrito), por la legión de modernos que saben de la existencia de Milla Jojovich. Cuando entré en la redacción de la revista de tendencias en la que trabajé durante siete meses, Claudia, mi redactora jefe, lo dio por bueno sin más, así que no tuve que explicar lo que constantemente se me demanda, y con lógica, en otras parcelas sociales como la parada de fruta y verdura del mercado de mi barrio (obrero) o la recepción del ambulatorio de mi distrito:
–¿Mila?¿Y qué nombre es ése?
–Milagros –repito yo, hastiada.
Y sé que el verdadero milagro es que el interlocutor o interlocutora no se muera de risa.

martes, febrero 07, 2006

EL SEXO, LA CHISPA DE LA VIDA


Consejo número 1: si llamas a un chico con el que no tienes demasiada confianza para quedar con él, al menos ponte falda. Porque cuando llegue el momento, da más vergüenza que le cueste bajarte los pantalones que el hecho en sí de que os estéis enrollando. Vaya, que se rompe el instante cinematográfico.
Leo y yo quedamos, tomamos algo, cenamos y fuimos al cine y charlamos. Y parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Y entonces en su casa, justo cuando yo más relajada estaba, cuando pensaba que igual era o gay o los remordimientos por tener novia eran demasiado fuertes (porque, sinceramente, ¿qué chico soltero tiene en su casa imanes de nevera de Ágata Ruiz de la Prada?) va y me besa. Pero eso sí, me dejó claro que el tenía pareja, antes de que llegaramos a más. "Pareja"-dijo- y yo pensé que igual sí, que era gay... Pero resultó que no, que se llamaba Sandra y que eran una de esas relaciones modernas en las que no tienes novia, sino pareja
- ¿Entonces, por qué lo haces?
(Besarme y meterme mano, se entiende)
- Mmm... me apetece. Estaba aquí, charlando contigo y me ha apetecido.
Le apetece. Nada de “eres tan especial que he sentido el irresistible deseo de besarte”. Me río yo de Corín Tellado, de Danielle Steel y de la madre qué parió al romanticismo. Eso sí, el chico fue sincero. Estaba clarísimo lo que le apetecía exactamente: sobarme las tetas, amasarlas como si se trataran de masa de pan y demostrarse a si mismo que puede meterle los cuernos a su “pareja” y quedarse tan ancho. Como si hubiera alguno que no. Mi cara debió de ser un poema porque me soltó:
- Estoy siendo sincero contigo
(Le doy la medalla a la integridad)
- ¿Y lo serás también con ella?
- Bueno, ella y yo tenemos un pacto.
Debí imaginármelo. Un chico tan a la última debe llevar una relación de lo más liberal. "Pareja liberal abierta a contactos esporádicos" . Pero bueno, tampoco era el momento de ponerse quisquillosa. Yo no esperaba una declaración de amor eterno, eso que vaya por delante. Al menos este tío me hacía reír, así que decidí relajarme y disfrutar.
Consejo número 2: Por muchas ganas que le pongas, no caigas en la sobreactuación. También rompe el instante cinematográfico (a menos que la película sea de Sandra Bullock).
Yo pensé que, ya que se trataba de un rollete ocasional, habría que vestirlo de polvo pasional, pero la realidad no concordó demasiado con mi puesta en escena. Vaya, que no estallaron fuegos artificiales precisamente. Eso (la sincronía, los orgasmos múltiples...) también pasa sólo en las películas. Y yo seguía
en la puta realidad.
Una vez finalizado ese conato de experiencia sexual, vinieron las confidencias. Bueno, más bien se limitó a elogiar a su chica: tan inteligente, tan bonita, con un sentido del humor tan similar al suyo, con tanta energía positiva… ¿por qué no acababa de estar enamorado de ella?
- Es la primera vez que le soy infiel a una pareja mía –me cuenta–.
(¿No le habría apetecido antes? ¿Nadie se lo había puesto tan fácil? ¿O he de tomarlo como un cumplido?)
- ¿Y el famoso pacto?
- Bueno, ella me dijo una vez que si en alguna ocasión yo le era infiel, no se lo dijera nunca, que prefería no saberlo.
- Ah, ése es el pacto.
- Sí.
GLORIOSO. Para descojonarse. Como si alguien quisiera realmente saberlo de verdad, si ocurre. Tremenda la forma de descargar su conciencia.
- ¿Sabes? –(el tío estaba filosófico)– Creo que el amor es como la Coca-Cola. Hay una serie de ingredientes a los que puedes dar nombre: afecto, respeto mutuo, comunicación, afinidad… pero hay un ingrediente secreto que nadie sabe lo que es y que consigue que la Coca-Cola sea especial y única. Por eso con algunas funciona y con otras no...
Comprenderéis que, llegados a ese punto, tras ese derroche de ingenio y sensiblidad, decidí largarme a casa a tomarme una Pepsi.

jueves, febrero 02, 2006

LEO, EL ÚLTIMO CAPULLO

La verdad es que llamar ruptura sentimental a "dejar de ver" a Leo es un eufemismo. Nos veíamos de vez en cuando pero como él tenía novia, llamar "relación" a nuestros decepcionantes encuentros sexuales sería bastante inexacto. Lo había conocido hacía más de un año en mi penúltimo trabajo y me gustó, pero como no estaba en una de mis etapas movidillas (que no es otra cosa que una etapa en la que me encuentro suficientemente recuperada de mi anterior fracaso como para volver a hacer el gilipollas), no pasé a la acción.
Tuve suerte (o eso creí entonces) y me lo encontré hace unos meses en El Corte Inglés cuando yo ya había dejado mi trabajo sin despedirme de él. Como no nacemos con un libro de instrucciones bajo el brazo, ni siquiera con un manual de pocas páginas, decidí no hacer nada cuando lo vi delante de mis narices. Podría ser que él me recordara sin problemas, pero también podría ocurrir que no. ¿Y si me había olvidado por completo? La verdad es que allí en El Corte Inglés, entre coloraciones de l’Óreal París y pinzas de depilar, con los tejanos más horrorosos de mi armario, el pelo recogido de cualquier manera en una pinza y sin maquillar, existían muchísimos números de que el pobre chico fuera incapaz de situarme. Joder, si ya lo dice Claudia que hay que salir siempre a la calle impecable, porque nunca sabes cuándo vas a encontrarte a Javier Bardem. El caso es que Javier Bardem no debe comprar en El Corte Inglés, pero aún así, me maldije por no haber seguido su consejo , porque en ese momento decidí que Leo me gustaba bastante.
Debo admitir que mi intuición es más lista que mi capacidad para hacerle caso, porque recuerdo que me dio por pensar que si Leo estaba en una sección tan femenina como la planta baja de El Corte Inglés, era porque tenía novia, o mujer, o las dos cosas (sorprendentemente conozco a más de uno con las dos cosas). Y yo seguía allí, con las Converse agujereadas, mirándolo alternativamente a él y a mi dedo pulgar asomando por la lona blanca. Como estaba en paro, me había tomado mi nueva condición demasiado en serio. Mandé mentalmente el grunge a la mierda.
Qué queréis que os diga, me entró el acojone y me di la vuelta, dispuesta a pagar en la caja más alejada mi tinte de pelo "noche cerrada del Amazonas". No iba a decirle nada a Leo, como no iba a decirle nada a ningún hombre si no iba con unos tacones de siete centímetros que me infundieran valor. Pero entonces, le oí detrás de mí.
––¿Mila?
Y claro, tuve que saludarle y poner mi mejor sonrisa (sin brillo de labios o "gloss", como les gusta decir en las revistas memas). Me invitó a tomar un café con la excusa de que le contara que hacía con mi vida ahora que ya no estaba en la editorial, pero mentí y dije que tenía un "compromiso ineludible" porque en realidad me sentía incapaz de sobrellevar una conversación con un hombre al que encontraba atractivo con mi sudadera de Osito Mischa manchada de Cola Cao. Pero me dio su número, y sin darme tiempo para procesar lo que ocurría, me cogió por los hombros y se despidió de mí con un par de besos en la mejilla, la mar de normal y dominando la situación con una entereza encomiable. Todo lo contrario que yo, que tuve la certeza absoluta de que, en ese preciso instante, con la boca abierta en una media sonrisa y un pote de tinte en la mano, parecía idiota.
“No le llamaré” ––pensé mientras pagaba el dichoso tinte negro noche amazónica. Pero al cabo de cuatro días, seis horas y siete minutos estaba marcando su número de teléfono.


SON LEGIÓN

Bueno, tenía que pasar. Ha llegado mi enésima ruptura emocional. Y ya son legión. Es que, no levanto cabeza.

Mi amiga del alma definió muy bien esa galería de tipos que desfilan por nuestra vida: "Hombres imprescindibles que nunca me han importado". Yo ya tengo una buena colección de personajes que han pasado por mi vida y por mi cama, y yo, qué queréis que os diga... la mayoría de las veces sin enterarme.
La cuestión es que hoy me ha dado por echar la vista atrás y casi pierdo la cuenta... así que he decidido empezar este blog a modo de exorcismo barraquero, para sacarme de encima los fracasos encadenados y tratar de paso de averiguar qué es lo que hago mal. Aunque a lo mejor la pregunta debería ser si queda algo que hacer.
Me llamo Mila. Tengo 28 años. Y, claro, estoy soltera.